RETORNO AL DELFINARIO

  (ENTRADA 859)

 

Veintiséis años después, he regresado al Delfinario del Zoo. Conocí ese lugar en una visita con mis padres y mi hermano en 1988. Desde 1989 hasta 1991 estuve acudiendo todos los fines de semana para llevar a cabo prácticas, estudiando el comportamiento de estos cetáceos. Después de licenciarme, estuve trabajando allí en 1998. En este mundo hay malas personas, y una de ellas destruyó mi sueño de dedicar mi vida a estos cetáceos. Por este motivo he tardado más de un cuarto de siglo en regresar.

La semana comenzó con tranquilidad, aunque también tuve algún contratiempo. El lunes llamé al ayuntamiento de mi ciudad natal para informarme sobre todos los tramites que tendría que llevar a cabo para instalarme allí. Tras realizar una limpieza rápida de la casa, me animé a tomar unas cervezas en el bar de Agus, con quien pude charlar un rato. Ya de martes llevé a cabo todos los cambios de domiciliaciones necesarios, pero tuve un enfrentamiento desagradable con un vecino. Había comenzado a subir material de reforma a su piso a medianoche, metiendo bastante ruido. No solo no se disculpó, sino que además se mostró grosero y me despreció como si no fuera nadie. El miércoles le comuniqué lo ocurrido al administrador y al conserje, y al impresentable pareció parecerle mal, asegurando no haber metido ruido. Decidí no dedicarle más tiempo al asunto, pues en dos semanas ya me habría marchado. Aproveché para comunicarle esto al administrador, que se mostró agradable despidiéndose de mí. El jueves salí a tomar algo al bar de Agus, y apareció por allí el impresentable de Miguel, del bar perruno. Le estuvo diciendo a Agus que abriría un nuevo bar, y lo yo le conté como me había apuñalado años atrás. A lo largo de la semana comencé a salir a correr más temprano para evitar el calor, y también acudí a la piscina de casa, que ya habían abierto. Ha tocado un socorrista muy joven, pero muy guapete. Añadido a esto, terminé las series de “Ruy” y “Belfy y Lillibit”, poniendo fin al visionado de series matutino que me había ayudado a pasar el tiempo. Por la noche fui al bar garra, que estaba algo animado. Allí charlé con Emilio, indicándole que me marcharía en breve. Aunque pasé por el bar de Agus, no duré mucho tiempo.

Durante años había intentado regresar al Zoo en excursión con amigos, pero no hubo manera. Así que al ver que llegaba la partida, me empujé a hacerlo el sábado. Saqué mis entradas por la aplicación y acudí en metro, llegando por el camino que solía recorrer por el campo. La verdad es que me emocionó bastante regresar. El parque estaba muy mejorado, con instalaciones bastante mejoradas y unos paseos que ya no eran de asfalto. Eso sí, me di cuenta de que había menos variedad la fauna que tenían. De hecho ya no tenían ni serpientes, ni caimanes, ni hienas, por poner algunos ejemplos. El espectáculo de los delfines se había convertido en una actividad educativa, que eliminaba más de la mitad de los ejercicios. No reconocí a nadie, pero pregunté a una joven sobre Carlos. De esta forma me enteré de que ya trabajaba como jefe de área. Tuve la suerte de cruzarme con él cuando llevaba a un niño perdido a reencontrase con su padre. Charlamos mucho sobre el pasado, y me explicó el por qué de algunos cambios en el parqué, y las nuevas dificultades a las que se enfrentaban. Es curioso como de forma subconsciente había dejado la visita al delfinario para el final. Pude visitar la galería de cristales para ver a los delfines, de los cuales quedaban dos de mis inicios en los años ochenta. Llegado el momento regresé en metro, y me di cuenta de cómo la visita me había afectado seriamente a nivel sentimental. Fui brevemente al bar garra y después al bar de Agus. Sin embargo, tuve la mala suerte de que Elvira y compañía aparecieran por allí. Aunque Juan me saludó, opté por marcharme.

El domingo fue tranquilo, porque había quedado tocado por la visita al Zoo. Pasé mucho tiempo perdido en mis recuerdos, y lamentando haber perdido todas mis fotos de aquella época. Fui a comer a casa de mi prima, y por la noche me animé a ir al bar caliente. Allí pude despedirme de Agus, que se iba de vacaciones. También me encontré con Roberto y Antonio, que estaba de visita de mi ciudad natal. Fue como me enteré de que Luis el cojo había fallecido de cáncer en febrero. La verdad es que lo sentí bastante, pues me había caído francamente. Ya cansado, me retiré para enfrentarme a la última semana en la capital.

Saludos

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